Las antípodas de Camboya
Galería Vértice. Lima. 2009.
Instalación – Rotación espacial 180°.
Con la presente exposición, Walter Carbonel reafirma su interés por hacer de sus propuestas, proyectos visuales integrales y multidisciplinarios, incorporando en este caso, procesos de producción manual, como la pintura y el dibujo, y medios tecnológicos, como sistemas de ubicación satelital, la web y el video. El resultado es esta inusual instalación cuya riqueza la hallamos en su propio título: Las antípodas de Camboya.
El hecho es que partiendo del concepto de las antípodas, lugar diametralmente opuesto respecto a otro, se plantea una inversión de sentidos: arriba = sur y abajo = norte. Así, a través del recurso de la simulación, el interior de la Galería Vértice se muestra invertido mediante un giro de 180°, situando el techo en el piso y el piso en el techo, del mismo modo que su portal en la red.
Carbonel ha encontrado, gracias a sistemas online de ubicación satelital, que las antípodas de dicha galería vienen a ser las montañas de Cardamom, lugar inhabitado por ser un gran recurso forestal que pertenece a Camboya (sudeste asiático), país monárquico con muchas similitudes al nuestro en términos de desarrollo económico e infraestructura, con una situación política accidentada por la presencia de conflictos armados y corrupción.
En esta metáfora del espejo, el artista propone, por un lado, ironizar el tema de la “globalización en el arte” en el sistema relacional centros hegemónicos – periferias, y por otro, hacer evidentes las sutiles alteraciones (de orientación y de lectura) que se producen con el trastrocamiento de los sentidos conceptuales y espaciales, simbolizados en pérdidas y ganancias generadas en estas relaciones de consumo (algunas veces impuestas amablemente y otras de manera violenta) de mensajes y modelos por parte de sociedades con herencias culturales y economías diversas o ligeramente diversas.
Transmutación, movilización, acontecimiento, enmascaramiento, en fin, la lista puede ser larga, son los rasgos de una realidad contradictoria que se desvanece al ser traspasada y superada por la construcción de una hiperrealidad, erigida a partir de la imagen y el poder narrativo e interpretativo del discurso que termina estableciendo otros caminos significativos.
En cierto modo, hay un sutil desvanecimiento del espacio símbolo (galería) al replantearlo como una plataforma (lugar de puntos intercambiables, como diría Brea) difusora de visibilidades crecientes que se irán retroalimentando con la movilización (interacción) de la obra en un tiempo expandido y múltiple, que ya no sólo existe por y para el encierro sino que se desacraliza a través de otras formas de comunicación y distribución.
De esta manera, la acción / proceso es complementado con otros elementos: un video / espejo de Camboya que se presenta como un referente situacional, pinturas en acrílico y otras piezas confeccionadas en técnicas mixtas (collage, dibujo, acrílico, etc.); conjuntos identificados con el artista, cuyo lenguaje visual enlaza el arte plástico con el diseño en un sentido ampliado, construyendo espacios y realidades futuristas a modo de instantáneas de escenas aisladas (con la presencia de algunos personajes) donde los “extractores” se han convertido en elementos de comunicación y limpieza de esa realidad vaciada de su esencia singular. Se aprecia, en muchos de sus trabajos, un anatropismo que refuerza este juego de la relatividad del sentido (¿dónde se ubica lo correcto y la verdad?) de la realidad o la imagen.
Mirando hacia atrás, en la propuesta de Walter Carbonel descubrimos un trabajo que plantea –y traspasa mediante la búsqueda– la redefinición de un arte que iniciado en la tradición, asume el reto de sustentarse desde una mirada de tránsito desenvuelto sobre las vías alternas de la comunicación y sus nuevas formas de desplazamiento.
Juan Peralta Berríos
Curador y crítico de arte
Lima, julio de 2009
El horror…
30 años después
Para mi generación, los años 70 terminaron con una obra cumbre de Coppola que finalizaba con Marlon Brando en Camboya, susurrando “el horror… el horror” mientras que en un montaje paralelo, que es una de las metáforas más logradas del cine, Martin Sheen apuñaleaba a Brando, cuando en el exterior, un campesino descuartizaba a machetazos a una vaca.
Acabo de ver la edición completa en versión de Coppola que cuenta con unos 30 minutos más, tiempo que en mi opinión resulta imprescindible para que se pueda penetrar mejor en el pensamiento de una obra, que a partir de Joseph Conrad –“El corazón de las tinieblas”- no ha envejecido un ápice. Todo lo contrario, hoy, en estos tiempos ñoños, me resulta infinitamente más subversiva, porque para bien o mal, Camboya es una de mis pesadillas pues me resulta imposible desligar al Khmer Rouge de Sendero Luminoso y la bestial violencia – a pesar de distancias geográficas y culturales – que ostentaban ambos movimientos.
Pero la historia cambia y hoy, quién lo diría, cada vez que quiero evadirme de Lima navego inagotablemente por Camboya hasta encontrar otro sitio que vuelva a ser el centro de mis obsesiones. Por esta razón es que cuando Walter Carbonel hace su muestra en Vértice y considera que la galería está en “Las antípodas de Camboya”, como bien titula la muestra, las expectativas de la violencia resultan ineludibles, porque en ambos países la hemos padecido de similar modo pero en diversa intensidad.
Sin embargo, lo que propone Carbonel es similar a mis vuelos virtuales porque ha puesto, literalmente, de cabezas a la galería Vértice para ubicarnos en sus antípodas camboyanas. El resultado es una instalación austera y sin tachas en la que el espectador ingresa pisando el techo y caminando entre las luces que iluminan los cuadros. El destacado texto de presentación de Juan Peralta y los títulos también están de cabeza y al deambular por los espacios menores del interior se verá cómo el camino invertido sigue su recorrido, pero esta vez con una obra gráfica extraordinaria cuyo impacto se ve acentuado por esa iluminación contrapicada que crea una sombra que usualmente pudiera considerarse expresionista, pero que remarca el carácter conceptual de una propuesta que pudiera resultar críptica para quien no esté dispuesto a penetrar dentro del espíritu de la propuesta.
Pero lo cierto es que más allá de la comprensión -¿es necesario “comprender” una muestra?- una vez terminado el recorrido y concluido el efecto de la inversión del espacio arquitectónico, queda el análisis de los cuadros cuyo personaje central pudiera ser una suerte de ominoso Mickey Mouse, que se va transmutando de cuadro en cuadro, en una suerte de desplazamiento entre laberintos geométricos producto de una señalética personal que le permite resultados que pudieran tener remembranzas de Pazos o de García-Zapatero, pero en ningún caso resultan derivativos de ellos.
El mundo creado resulta enigmático y contradictorio. Lo siniestro existe en Lima y en Camboya, y los cuadros están compuestos de manera “abierta”, que a pesar de exhibirse de cabeza en Lima tienen el mismo valor que al apreciarse invertidos en Camboya, dos espacios cuyos pasados nunca podrán olvidarse por más que se utilice el arte más como un simbólicos medio de reflexión que de estridente denuncia. Puede que con las formas, y sobre todo el color, el artista haya querido recurrir, como muchos jóvenes internacionales, a la ironía posmoderna, pero a diferencia de ellos su rigor resulta implacable haciendo imposible la salida de la sala sin ese desconcierto que la exposición causa, debidos a sus múltiples niveles de lectura.
Para finalizar es indispensable hacer referencia al video de Carbonel con la pantalla dividida horizontalmente en dos partes con imágenes cuya procedencia se ignora, trabajándolas en siluetas a través de un recurso del software, donde puede imaginarse tanto el sentido prostibulario de las antípodas como ese horror… “el horror” que tuvo lugar hace 30 años y que ni el derrumbe del comunismo, ni el apogeo y caída del liberalismo han logrado borrar.
Luis Lama
Crítico de arte.
Revista Caretas.
Lima, Agosto, 2009.
Buen retorno
“La insólita propuesta del artista Walter Carbonel nos lleva a reflexionar sobre lo inútil de los parámetros fijos e inamovibles.”
Con “Las antípodas de Camboya” (galería Vértice), Walter Carbonel concluye una temporada de ausencia de presentaciones y retoma un interesante camino dentro de sus investigaciones visuales y conceptuales. Sorprende ingresar a la galería y ser recibido por un texto del curador y crítico Juan Peralta puesto de cabeza. Imposible su lectura y buen recibo para una experiencia diferente: toda la muestra-instalación, presentada del mismo modo. El piso como techo y viceversa. Junto a nuestros pies, las luces. Allá, arriba, los títulos que usualmente están al alcance de nuestros ojos, también invertidos. En cuanto a las pinturas, de apariencia ortodoxa, tradicional, difícil determinar si al derecho o al revés. Y esto, por su misma concepción formal, ambigua, posible de un doble sentido o naturaleza. En ellas, sin embargo, es reconocible la personalidad artística de Carbonel, su relación con ciertas pautas de un diseño muy firme y definido, el uso de masas bien determinadas de colores planos y nada tímidos, una limpieza en bordes y contra-planos, una composición que, pese a todo, sigue los cánones occidentales conocidos, algún rastro de señalética, la habitual referencia a los vasos comunicantes y, esta vez, la aparición de las simbolizaciones humanas como las solitarias formas de diseño impreciso y apariencia blanda y maleable, pero siempre oscuras y casi amenazantes, contrastando con los otros espacios claros y delimitados.
¿Cuál es el propósito de esta presentación? Como toda obra que parte de una buena idea, concebida tras análisis y elección, caben varias interpretaciones, aunque se nos indique una. El hecho mismo de recurrir al concepto antípoda marca la pauta: “Antípoda”, m. (del griego ‘anti’ -contra-, y ‘pous, podos’. pie) lugar de la Tierra diametralmente opuesto a otro considerado respecto de él. Enteramente contrarío. (‘Su idea es el antípoda de la mía’). Riqueza del vocablo que se traslada a su interpretación y uso. En este caso -según el curador- es el concepto del espejo, la acción y vivencia especular, tomado como metáfora y utilizado “para ironizar el tema de la `globalización del arte’ en el sistema relacional centros hegemónicos-periferias, y por otro, hacer evidentes las sutiles alteraciones (de orientación y lectura) que se producen con el trastocamiento de los sentidos conceptuales y espaciales, simbolizados en pérdidas y ganancias generadas en estas relaciones de consumo (algunas veces impuestas amablemente y otras de manera violenta) de mensajes y modelos por parte de sociedades con herencias culturales y economías diversas o ligeramente diversas…”.
Una interpretación personal. Pero para el espectador no avisado, una aproximación inmediata podría fácilmente llevarlo a una reflexión sobre la relatividad de concepciones y situaciones (¿Estamos arriba o abajo? ¿Norte o sur?, etc.). Hacia la conclusión de lo inútil de parámetros fijos e inamovibles, el pensar que en el opuesto, y en este caso por un interesante azar, existe en el otro extremo un conglomerado humano que padece similares problemas y arrastra curiosas historias, igualando o semejando situaciones y admitiendo así el absurdo de jerarquizaciones y generalizaciones. Llamando la atención sobre realidades que parecen repetir patrones. En resumen, aludiendo a lo humano y su accionar. Un buen reencuentro con un valioso e inquieto artista, a quien se le extrañaba.
Élida Román
Crítico de arte.
Diario El Comercio – Sección Cultura
Lima, Agosto, 2009.